Hay momentos en los que miro hacia atrás y me asombro de cómo ciertas formas, ciertos símbolos, ciertas historias, han estado presentes en mi camino desde hace años, repitiéndose con suavidad, sin exigencias, como si me acompañaran desde un lugar anterior al pensamiento.
Algunas de esas presencias llegan sin nombre. Otras adoptan formas que reconozco con el tiempo. No se presentan con claridad, pero insisten, como un susurro que se deja oír solo cuando hay silencio.
Nunca he planeado demasiado. A veces sigo una intuición, a veces simplemente dejo que las manos trabajen. El arte me ocurre como se ocurre el sueño: con partes que comprendo y otras que se quedan en el umbral. Y es ahí, en ese entrelugar, donde muchas veces encuentro sentido.
No siempre sé de dónde vienen las cosas que hago, ni por qué ciertos elementos se repiten en mi creación. Pero cuando los miro con el corazón quieto, comprendo que forman parte de algo mayor. Algo que se teje a través de mí, más allá de mi voluntad.
No se trata de explicarlo.
Se trata de honrarlo.
De reconocer que hay hilos que no dependen de mí, y que, sin embargo, me atraviesan.
Tal vez eso sea crear: escuchar sin forzar.
Caminar con lo invisible.
Y obedecer con ternura.
0 comentarios