Explorando el Universo de la Artista

Cada pieza que nace de mis manos no es mía, sino de la tierra, del tiempo y de aquello que no se ve, pero sostiene. No las diseño: las escucho. Me siento en silencio, dejo que el musgo susurre, que la piedra revele su rostro, que el agua me diga dónde posar el pincel. Así comienza el rito.

Las acuarelas no son pinturas. Son agua con memoria. Ríos que me atraviesan, sueños que se abren como flores bajo la luna. Capturan lo inasible: la sal del océano en mis huesos, la nostalgia de los mares que habité antes de nacer. No representan paisajes, sino visiones: umbrales, respiraciones del alma, mapas del inconsciente.

Los collares de obsidiana negra no adornan: protegen. Son espejos nacidos del fuego profundo, guardianes silenciosos de lo invisible. Los consagro en el altar, invocando a los que me caminan por dentro: a Odín, que ve con el ojo sellado por la sabiduría; a Skaði, que habita la frontera entre hielo y montaña; a Saga, madre de la palabra que sana y guarda. Cada pieza es umbral. Cada piedra, un acto de visión.

Trabajo con cuernos, cristales, raíces, maderas recogidas con respeto. No toco nada que no haya sido ofrecido. A veces tardo días, otras, estaciones enteras. No hay prisa cuando se camina en lo sagrado. El proceso es lento, porque es verdadero. Y en cada creación hay un fragmento de visión, un eco de lo que fui y de lo que seré.

Crear, para mí, no es producir: es recordar.
Es caminar entre mundos y traer de vuelta señales.
Es cuidar la forma para que revele el espíritu.
Es tejer belleza como se teje un conjuro: con alma y silencio.

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