Hoy me ocorrió algo hermoso, hablé con mi primer amor.
Mi amor de joven.
Aquel al que escribí mi primer libro, mis primeros poemas.
Él fue el guardián silencioso de mi voz poética, hasta que la llama se apagó… y dejé de escribir.
El primer amor no se olvida.
No por nostalgia, sino porque algo de nosotras se forma allí.
Siempre lo guardé con cariño, con ese anhelo silencioso de que estuviera bien.
Nunca fue mío, y eso lo supe desde el inicio.
Pero el corazón no necesita poseer para recordar con dulzura.
Con el tiempo, ese amor se transformó en algo más grande.
Un amor incondicional, libre, que ya no quiere tener, ni habitar, ni nombrar.
Solo desea ver al otro feliz, creciendo, encontrando su camino.
Hoy, después de casi dos décadas, hablamos.
Y aunque yo ya había sanado todo lo que debía sanar antes de tender el puente,
fue al cruzarlo cuando sentí la verdadera libertad.
Fue como soltar las palabras que quedaron atrapadas en el aire del pasado.
Y en ese gesto… nació una mujer nueva.
Una que ya no carga con lo no dicho.
Una que se siente completa.
Y ligera.
0 comentarios